Hubo un diciembre, del año 2002, en el que se me ofreció por 4 días el ir a envolver regalos en Exposición. Para quien no sepa de lo que hablo, el barrio Exposición se ubica en lo que se conoce como la Estación Central, lugar donde hasta el día de hoy pero en menor medida, salen trenes hacia la zona centro sur del país en horarios dispares. Es un lugar con mucha historia y sigue siéndolo de la misma forma solo que más cambiado en algunos puntos, más urbanizado, con más población migrante -principalmente de China y otros lugares-. Y a pesar del año que sea, del tiempo que corra o la disposición que exista, ese barrio junto con otros en Santiago es el epicentro del consumismo a bajo precio, del retail falsificado, de las cajas con cosas que vienen hechas en factorías tercermundistas pero que son vendidas a precio de mall plaza pero en la calle, en la vereda. Súmele además que es una época de calor intenso, donde los aromas se confunden con los olores, donde el pudor a veces es cero, donde comer en la calle o en la vereda con el riesgo que ello concentra se olvida totalmente pues debes alimentarte y seguir. No hay una arboleda que permita una sombra digna, menos una voluntad de forestar o bien de ordenar el desorden de los ambulantes que también necesitan trabajar, frente a la queja de quienes pagan sus impuestos y entregan boleta... de productos que son copia. El mundo al revés.
Motivado por una tía que se maneja en esa área con los códigos de la calle y tras una breve inducción de lo que se debía y no hacer, me aventuré a esta acción de envolver regalos. En ese tiempo, un pliego de papel te costaba unos 70 pesos, que cortado en 4 partes lograbas hacer cambuchitos que vendías a 100 pesos. Una ganancia tremenda en ese entonces pero debías saber hacerla: era levantarte bien temprano, lograr asegurar un espacio estratégico y muchas veces hasta pelearlo o defenderlo no con la vida pues no valía tanto un pliego de papel para tener que costearte una rajada de paño, o bien un ojo en tinta. También era la oportunidad para hacer conocidos, para lograr vínculos; en síntesis, para poder trabajar con aquellos que por mucho tiempo la familia te decía que ibas a terminar trabajando así si no terminabas de estudiar. Que ironía.
Cuando te faltaba el papel, ibas a Dimeiggs a comprarlos; terminé trabajando para ellos en 2018 como cajero en las fiestas navideñas y luego en la operación marzo. No recuerdo cuantos pliegos comprabas en el día, pero quedaría corto con decirte que diariamente se iban alrededor de 100 pliegos. La tarea era mucho más cuando paquetes grandes buscaban envolverlos a la velocidad del rayo y en lo personal no podía ser tan caradura de pedir por ejemplo una suma elevada para envolver una bicicleta armada por lo que en complicidad con mi tía le decía que ella fijara el precio de los volúmenes más grandes. En lo personal no me animaba a pedir tan elevado costo por un regalo de navidad si, finalmente, a todos les costaba... pero si había que pedir 10 mil pesos por envolver una bicicleta, eso era pagado y sin regañar por parte del señor que pedía esta acción. Los primeros días arrancabas de carabineros que muchas veces te correteaban o bien estabas envolviendo de lo mejor y ni siquiera te dabas cuenta cuando estaban pasando al frente tuyo. Eran tiempos donde la policía seguía actuando con algo de respeto pero no a todos. Personalmente vi cuando nos correteaban a nosotros pero a los más viejos, los más ambulantes era muy raro que los corretearan o sacaran del lugar donde se instalaban o movían sus productos.
Los últimos días me di cuenta de la real vorágine que tenían estos días y en uno de esos días me encontré con mi viejo; después de saludarnos y fumarnos un pucho al sol (algo impensado al menos para mi en estos tiempos que corren pues el vicio ya lo dejé) le iba preguntando cosas; sé que en su orgullo de papá no me quería interrumpir pero, si la vida es eterna en 5 minutos, con un puchito se arreglan cosas y conversan otras. Conocedor del barrio pues veníamos cuando niños con los vales del Montserrat a comprar la mercadería de los siguientes meses y las cosas para la navidad, lo encontré sopeado, pateando las amígdalas buscando engañitos a los demás familiares en un mantra que no solo repetía él sino todos los que se encontraban en esa situación: calcetines, inciensos, una que otra polera, un lindo regaloa la Chela y a sus papás, pero era una locura. Las caras las tengo fijas: molestas por el calor, por la aglomeración, por no encontrar a tiempo el regalo que pidió el regalón o regalona de la casa. En esos 4 días pude evidenciar que la navidad ya no se transformaba en el neoliberal comercial de reunirse en familia, abrir los regalos después de una cena de navidad con un pavo cocinado al horno por la dueña de casa, en una mesa llena de ensaladas y bebidas; Esas familias de la mal llamada clase media, llegaban apurados, sin nada listo o preparado, con un padre que llegando se pegaba una ducha rápida para quedar al rato lleno de sudor prendiendo una parrilla mientras la señora se intentaba arreglar con la misma ducha rápida, preparar unas ensaladas, un arroz o papas cocidas, tratando de calmar a los niños que estaban hinchando detrás porque uno le pegó a otro más fuerte, en un colapso que podía terminar a gritos o bien terminar de la forma más calma posible, lleno de familiares -con igual o menor tiempo que el tuyo- llenando de bolsas la pieza matrimonial con regalos, o bien dejándolos debajo del arbolito de navidad. Y en un rincón, bien alejado de todo, el pesebre que ya no era ni primer ni segundo plano, era un adorno más.
Fue después de ese día que las navidades comenzaron a cambiar: al menos en la familia, con mi hermano trabajando lejos y con los nervios hechos bolsa de tantas peticiones de irse temprano a la casa, con mi madre llegando tarde a la casa por su trabajo de nana, con mi papá, llegando a las tristes, con la misma cara y más uraño haciendo paquetes de regalo a familiares que con suerte veía; yo por mi parte despúes de esa odisea que me generó buenos y grandes réditos y de la cual no quise participar en un buen tiempo, decidí ayudar en la casa pues era el único que no generaba un sueldo: preparaba o adelantaba la cena de navidad, limpiaba la casa, ponía tarde el árbol de navidad, lo llenaba de pelotitas, en fín, intentaba que se generaba un ambiente más o menos pulcro, de celebración; pero ya no era lo mismo. La familia solo pensaba en que llegaran las 12, abrir los regalos e irse a dormir. La cuestión es que comenzó a pasar el tiempo y la vida personal se transformó en una constante búsqueda de empleo, en no estar en las fechas importantes con la familia sino con otras familias, en no compartir con quienes más quieres y súmale la mala cuea de tener una pandemia por dos años en donde las celebraciones se limitaron aún más.
Esa noche del 24 de diciembre de 2002, siendo las 23 hrs, decidí dejar mi puesto abandonado, regalando los pocos pliegos que quedaban, despidiendome de mi tía y tomando la Talagante que se iba por camino a Melipilla para dirigirme a mi casa, ducharme e ir a la casa de mi tía Carmen que queda a unas cuadras de la casa de Maipú. Esa noche me quedé dormido en la pieza de mis primos porque de verdad me sentía desgastado, tanto física como emocionalmente. Desperté para la cena, aún somnoliento, para después recibir el clásico regalo de calcetines, desodorantes, poleras, camisas, entre otras cosas.
Es por ello que no me gusta la navidad; encuentro razonable a las personas que no quieran celebrarlo y quedarse en la profundidad de su amoblada, buscando la esquiva tranquilidad que a veces se rompe con una risa de niños jugando en el pasaje con lo que les regaló el viejito pascuero. Encuentro válido que se quiera ir a cenar y luego ir a dormir porque se encuentran cansados; encuentro válido pensar que solo estas fiestas de rimbombante consumismo solo sea para algunos pocos que pueden costear su burbuja consumista, pero no para quien debe mascullar una calidad de vida sacada a cuotas, validada por el ser aspiracional que llevamos por dentro y del que por más que renegemos, siempre terminamos cayendo en él. Por mi parte, este año y después de mucho tiempo, pasaré la navidad con mi familia en el campo; será por un rato pues el lunes siguiente se debe volver a trabajar pero se reune la familia, al menos un grupo de esta, donde se beberá y comerá y después nos iremos a dormir temprano porque por más que queramos, ya la edad no nos hace quedarnos por mucho tiempo en la madrugada.
Porque para madrugadas, están los años nuevos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario